El tiempo se detiene y los pensamientos se aclaran, todo adquiere un tono más amable y tranquilo, el buceo permite descubrir mundos nuevos y darnos cuenta de la inmensidad que nos rodea. De día es colorido y alegre, se puede bailar con las algas y perseguir cardúmenes; de noche es inquietante, emocionante y se puede ver brillar el plancton al subir a la superficie. Es como ir a la zona rosa de día y volver en la noche, dos mundos diferentes con especies diferentes.
No soy una experta en bucear, pero eso no me impidió hacer cuantas inmersiones humanamente posibles pudiera hacer en Taganga a mediados de 2008. Cuando regresé al hostal después de una larga jornada bajo el mar, comencé a sentirme extraña, todo me daba vueltas y oía que las gallinas de la casa vecina me hablaban, lo único que se me ocurrió fue quedarme tiesa en la cama con los ojos abiertos esperando a sentirme mejor.
Resulta que había sufrido narcosis de nitrógeno, que según wikipedia es una alteración reversible del estado de conciencia de un individuo en el buceo produciendo un efecto similar a la intoxicación alcohólica, en conclusión, me había emborrachado y lo mejor de todo sin guayabo al día siguiente.
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